“Cuando yo decía: Mi pie resbala, tu misericordia, oh Jehová, me sustentaba. En la multitud de mis pensamientos dentro de mí, tus consolaciones alegraban mi alma” Salmos 94:18-19 

Desde mis 15 años sufrí crisis de ansiedad y pánico. Al principio no busqué ayuda profesional, pero al pasar los años las crisis se hicieron cada vez más fuertes y frecuentes. No quería comer, no podía dormir y tenía temor de colapsar y morir en medio de una de ellas. Visité psicólogos, psiquiatras y curanderos*, pero nadie pudo ayudarme. Me recetaron algunos medicamentos para mantener la calma, pero desarrollé dependencia a ellos. Frustrada de tantos intentos fallidos, caí en depresión. Encerrada en casa me alejé de la sociedad y poco a poco fui perdiendo el interés por la vida. Mi esposo y mi madre ya no sabían cómo ayudarme.

Envuelta en este problema, llegué a un Centro de Estilo de Vida. Al tercer día, me encontré riendo, algo que hace mucho tiempo no había hecho. Sorprendida por una mejoría tan rápida, sin decirle a nadie, decidí dejar mis medicamentos esa noche, sin embargo al no poder conciliar el sueño recurrí nuevamente a ellos. Al día siguiente, me desperté malhumorada, con un fuerte dolor de cabeza y llena de desesperación. Ya había agotado todas las posibilidades; si en este lugar no podían ayudarme, la muerte era la única salida que veía para ponerle fin a mi sufrimiento.

Estaba ahogándome en mis pensamientos mientras caminaba por el jardín, cuando alguien me preguntó qué me ocurría. Le expliqué, y después de escuchar con atención, me sugirió que posiblemente yo me encontraba enojada con Dios y me animó a hablar con Él con total sinceridad. 

—Si tienes que gritar, grita. Dile todo lo que te duele, todo lo que te dé vergüenza hablar con los demás, cuéntaselo a Él. El Señor te va a dar la respuesta que necesitas. —explicó.

Aunque dudaba de que Dios respondiera, busqué un lugar a solas y le abrí mi corazón. Venían a mi mente imágenes de la infancia; escenas tristes y recuerdos dolorosos. Todo esto se expresó en un fuerte reclamo.

—¡Oh Dios! ¿Por qué dejaste morir a mi padre siendo yo apenas una bebé? ¿Por qué no lo dejaste vivo para que me protegiera? ¿Cómo pudiste dejar que me golpearan y me llenaran de temor? ¡Un temor que nunca se fue! —Cuando las acusaciones terminaron de brotar de mis labios, empezó la confesión de lo que yo había hecho contra otros. Casi sin darme cuenta me encontré llorando y gritando todo lo que había callado durante años. Después de esa conversación con Dios, me sentí libre de un gran peso e inundada de una dulce paz. 
—Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente, no temas ni desmayes porque yo estoy contigo —Fue la respuesta que impresionó mi mente.

Cuando regresé, el joven que me había invitado a hablar con Dios, me preguntó si había recibido una respuesta. Al compartírsela, él dijo que era un versículo de la Biblia; un libro que yo jamás había leído. Comprendí entonces el mensaje que Dios me acababa de dar. Él estaba prometiendo que jamás me dejaría, que siempre estaría conmigo. Ya no tenía razón para vivir con temor. 

Después de ese primer encuentro con mi Salvador, la vida cristiana cobró un nuevo encanto. Los himnos, el estudio de la Biblia y conversar con Dios llegaron a ser un deleite. Ya ha transcurrido un año sin crisis alguna. Cada vez que un temor se asoma, reconozco que no puedo sola, lo llevo a Dios en oración y él lo destruye. No sé cuántas cosas han lastimado tu corazón, pero no necesitas guardarlas dentro de ti intentando ocultar el dolor. Puedes exponerte con seguridad ante Dios. Resulta doloroso al principio, pero siempre terminará en sanidad.

*Curandero: Persona que, sin ser médico, ejerce prácticas curativas empíricas o rituales.

—Deysi Ascárraga

Leave a Comment