“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo” Salmos 23:4

Estaba en el colegio a los 15 años, cuando repentinamente tuve una fuerte descompensación. Me llevaron de emergencia al hospital y quedé internada por varias semanas. Como los médicos no tenían un diagnóstico específico, no podían asignarme un tratamiento. Mi salud se resquebrajaba cada día, hasta que llegué al punto de no poder siquiera mantenerme en pie. ¡Estaba muriendo!, y aunque luchaba por vivir, ya no me quedaban fuerzas para ir en contra del descanso que mi cuerpo pedía.

Llevaba más de un mes hospitalizada, cuando me di cuenta que no había hablado con Dios durante todo ese tiempo, ¡ni siquiera me había acordado de Él! Estaba enfocada en mi sufrimiento. Milagrosamente, mis ojos cambiaron de dirección; pude ver que mi madre también estaba experimentando mucho dolor mientras se esforzaba por ayudarme. Me dolió el haber sido tan egoísta con ella, me arrepentí en oración y le pedí al Señor ayuda para aliviar su dolor. En cuanto a mí, sólo pude decir:

—Señor, te pido por mi salud.

Esa noche, después de muchas; pude descansar profundamente. Al día siguiente, desperté sin sentir los dolores habituales. No había explicación. Días atrás, el médico le había dicho a mi madre que ya no se podía hacer nada por mí. Sin embargo, cuando tenían que declararme oficialmente como paciente desahuciada, sucedió completamente lo contrario, ¡firmaron mi alta médica!

—Señor, preservaste mi vida, ¿por qué? ¿Qué planes tienes para mí? —pregunté conmovida.

Pronto, el diagnóstico llegó: Lupus. Comprendí que cada día era un regalo de Dios. Me preguntaba si la vida solo se trataba de alcanzar una profesión, estabilidad económica y formar una familia. No podía creer que el Señor preservara mi vida sólo para eso. Simplemente no podía aceptarlo, faltaba algo y deseaba descubrirlo.

Tiempo después, asistí a un entrenamiento misionero de un mes en el Instituto Quebrada León. Al concluir, asimilé que la vida misionera era lo que estaba buscando. Podía hallar salud física, emocional y espiritual ¡Era algo completo y de ganancias eternas! Si debía elegir una carrera a la cual dedicar toda mi vida, definitivamente sería esa.

La condición de mi familia para dejarme ir fue que mi salud estuviera estable. La alimentación saludable, junto al descanso, el agua pura y el resto de los 8 remedios naturales* marcaron una gran diferencia en mi estado de salud. Tres años después, pude regresar al Instituto a tomar el entrenamiento de 20 meses.

Durante el entrenamiento, tuve días de mucho gozo en el servicio. Pero, también llegaron noches de intenso dolor en los que pensé que no vería un nuevo amanecer, en esos valles de sombra, he llegado a conocer a Dios como un amigo muy cercano. Hemos hablado acerca del tiempo en el que Él me llame al descanso. Me ha dado paz en cuanto a esto. Ha grabado en mi corazón la verdad de que Dios está al control de mi historia, que su voluntad es buena y que puedo echarme a descansar en sus brazos de amor eterno.

Hoy entiendo que la vida no consiste solo en tener salud física, sino, en conocerlo a Él, el único Dios verdadero y a Jesucristo a quien ha enviado (Juan 17:3). De otro modo, mi cuerpo podría estar sano, pero mi corazón muriendo. Aunque estés enfermo, quiero que sepas que tus días pueden llenarse de alegría al considerar a Jesús como tu mejor amigo. Llegarás a amarlo; nada podrá separarte de Él, y la muerte será apenas un descanso antes de contemplar su precioso rostro, para siempre (1 Tes. 4:17, Rom. 8:38, 39).

* 8 remedios naturales: agua, descanso, ejercicio, luz solar, aire, nutrición, temperancia, confianza en Dios.

—Katty Chambi

Leave a Comment