El amor de Dios no conoce fronteras

“Estad quietos y conoced que yo soy Dios” Salmos 46:10

En marzo de este año, cuando la pandemia comenzaba a extenderse en muchos países de Sudamérica me encontraba con un equipo de evangelismo en Juliaca, Perú (a tres horas de la frontera con Bolivia), apoyando en un seminario de salud mental y clases de cocina. Gracias a Dios vimos grandes bendiciones en aquel lugar, pero tuvimos que terminar los seminarios antes del tiempo planeado, pues la cuarentena se veía venir.
Mi pareja misionera se encontraba en otra ciudad, también dando seminarios, y ambos teníamos planes de regresar juntos a Bolivia, pero un martes recibimos una noticia inesperada; cerrarían las fronteras ese mismo día a la medianoche.
—¡Maxi, tenemos que viajar hoy! —le dije por llamada.
Acordamos encontrarnos esa noche para viajar juntos a pesar de que varias personas me dijeron que no era una buena idea viajar, pues era muy arriesgado. Pero mi corazón se encontraba confiado y en mi mente resonaba:“Jesús está a nuestro lado”
Ya eran las seis de la tarde y Maxi no llegaba a causa de la agitada población y las largas filas en las carreteras, finalmente llegó a las diez de la noche. Faltaban dos horas y estábamos lejos de cruzar la frontera, pero aún así nos encontrábamos tranquilos, incluso cuando parecía que no llegaríamos a tiempo.
Tuvimos algunas dificultades para viajar, pues no habían autos y el precio de los boletos se había multiplicado.
—¿Quién nos va llevar?¿Cómo vamos a llegar? —pensé.
La respuesta no tardó en revelarse cuando apareció un auto. Pero el conductor no nos aseguró llegar hasta la frontera, ya que había controles cada cierta distancia y los militares estaban allí. Después de pasar por los controles positivamente, aunque con regaños de parte de los militares,llegamos a la frontera a las tres de la madrugada. Fue una gran bendición ver cómo Dios nos confirmaba que a pesar del miedo, Él estaba viajando con nosotros.
Nos encontrábamos en medio del frío y la oscuridad junto a muchos extranjeros y militares.
—¡No van a pasar, no lo intenten! ¡Vuelvan a casa! —nos decía un coronel.
Maxi y yo orábamos. Y mirando al cielo, recuerdo que empecé a orar.
—Señor, si tú nos trajiste a este lugar, es porque tú nos harás cruzar esta frontera.
Ya salía el sol y seguíamos allí, habían pasado horas y muchas personas seguían esperando. Algunos querían cruzar ilegalmente buscando otros caminos, nosotros nos veíamos tentados a hacer lo mismo pero sabíamos que no era lo correcto así que decidimos esperar.
Otra vez se ocultaba el sol y aún seguíamos allí. Cuando de pronto, a las nueve de la noche, el mismo coronel que no nos permitía el paso, dijo en voz alta que ya podíamos pasar.
Después de todas las barreras que pasamos, logramos llegar a Bolivia y fue increíble ver cómo Dios hizo posible lo que parecía imposible. Dios es fiel, Él no cambia y aunque yo tenga características negativas, eso jamás cambiará las intenciones de Dios para conmigo.

Ariel Aguilar – Misionero Voluntario en el Instituto Quebrada León

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