¿Cómo decidí ser misionera?

“He aquí, yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo” Mateo 28:20

Todo empezó antes de terminar el colegio cuando intentaba saber que carrera estudiar y, buscando un buen consejo, escuché a la maestra decir:
—Estudia una carrera de servicio, así servirás a otros.
Me llamó mucho la atención ese comentario y, entonces, decidí estudiar medicina. Y como había leído libros sobre misioneros pensé:
—¡Terminaré mi carrera y serviré un año como misionera!— ese era el plan perfecto para mí.
Pero, en mi segundo año de medicina, mi madre enfermó gravemente. La internaron en el hospital, ella empeoró y, como ya no podía respirar por sí misma, la llevaron a la UCI ( Unidad de Cuidados Intensivos).
¿Cuál era el problema? Una bacteria: “pseudomona aeruginosa”. ¿Probabilidades de vida? 10%.
No entendía cómo había pasado todo eso…
Como familia estábamos muy tristes y lo único que podíamos hacer era aferrarnos a Dios.
Aquellos días nunca había orado tan sinceramente a Dios, le conté todo lo que estaba en mis pensamientos, le conté cuánto necesitaba a mi madre y, aunque a veces le reclamaba, él me daba consuelo.
Después de orar, después de meditar en su Palabra, después de recibir tantas respuestas de su parte… Entendí el verdadero problema: ¿estaba mi madre lista para morir?
—Dios, si mi madre está lista para morir, si ella va a resucitar para vida eterna cuando tú vengas, entonces está bien, ¡lo acepto! Pero si ella no está lista, dale una oportunidad. No quiero que ella se pierda.
Me di cuenta que mis planes estaban siendo muy egoístas pretendiendo dar solo un año de servicio cuando Jesús me había dado todo.
—Señor, ya no voy a darte un año… ¡Toda mi vida es para ti! Aunque esté lejos de casa, aunque no vea a mi madre, aunque no la pueda cuidar ¡Toda mi vida será para ti!
Fue en ese momento donde hice un pacto con Dios y le entregué mi vida por completo.
Ocho días después mi madre mejoró lentamente, ¡nadie creía que ella estaba recuperándose!
Todos los días morían personas a su lado pero Dios prolongó la vida de mi madre, ¡fue un milagro!
Entonces; Dios ya había cumplido su parte, ¿qué tenía que hacer yo? cumplir mi parte también, así que espere a que mi madre fuera mejorando poco a poco. Reuní a mis padres y les conté sobre el pacto que hice con Dios. Fue una sorpresa para ellos, aún así aceptaron mi decisión en ese momento.
—Voy a ser misionera y, ¿ahora qué?, ¿cuál es el siguiente paso?— le preguntaba a Dios.
No pasó mucho tiempo para que Dios contestara mi oración, mostrándome el instituto y el curso LIGHT.
Tomé el curso en el año 2015 con mis dos hermanos y, al pisar este lugar, lo primero que vi fue el rostro de las personas… ¡tenían un brillo tan especial!, tanto que me hizo recordar cada vez que Moisés bajaba del monte.Las meditaciones por la mañana, la comida, el ejercicio… ¡todo era tan especial para mí! Aquel mes tuve verdaderamente un encuentro con Jesús.
Al volver a casa les conté a mis padres la increíble experiencia que tuve:
—¡Quiero quedarme más tiempo!— pero mi padre, al saber eso, no estaba de acuerdo, pues quería que yo terminara la carrera de medicina.
Al año siguiente asistí al curso nuevamente y la experiencia seguía siendo igual de increíble y con nuevos cambios en mi vida diaria.
Nuevamente volví a casa, continué con mi cuarto y quinto año en medicina… me iba tan bien en los estudios que estaba olvidando la promesa que un día le hice a Dios. Un día dije:
—Yo puedo ser una excelente médico, ¡me va muy bien en todo!— Estando envuelta en el mundo clínico (cirugías, turnos por la noche, emergencias, etc.) mi deseo de ser misionera estaba disminuyendo, y mi relación con Dios se estaba perdiendo…
Tiempo después a mis manos llegó un libro de dos médicos brasileños que tomaron un curso en Wildwood (una escuela misionera en Estados Unidos).
Leí con entusiasmo su historia y pude ver como uno de ellos estaba ansioso por hacer una especialidad médica en Estados Unidos pero, abandonando todo y dejando la medicina atrás, decidió seguir los pasos de Jesús y ser un misionero ¿Cómo pudo dejar pasar esa oportunidad?— reclamaba dentro de mi. Me di cuenta que mi carrera me estaba consumiendo poco a poco… Ya no tenía tiempo para mis meditaciones, y me encontraba en un pozo del cual no podía salir.
Aún así, Dios me rescató a través de ese libro y me recordó que la puerta para ser misionera siempre había estado abierta. Así que, llené mi formulario en enero del 2019 para hacer el Seminario Misionero y, gracias a Dios, tiempo después decidí hacer un segundo año.
—¿Qué fue lo más difícil en estos dos años?
No fue el campo y sus insectos o serpientes, ni tampoco fueron las personas. Al llegar aquí, tuve dificultades con mi orgullo, mi yo.
Pero Dios, pacientemente, fue trabajando en mí. Aprendí a entregar mis miedos, mis luchas, mis dudas y mi poca fe. Me enseñó que ser médico no sólo se trata de sanar enfermedades y calmar el dolor físico. Dios me mostró que no se trata de lo que yo no puedo hacer, sino de lo que Él puede hacer.
Antes quería perseguir algunos logros que el mundo tenía para mí. Quería ser ginecóloga, tener dinero, estabilidad económica, etc. Pero después de probar la experiencia misionera no entiendo cómo todo aquello podría hacerme feliz… ¡¿Cómo?!
He conocido al verdadero médico y eso me llena de felicidad. Tenía un concepto errado de cómo ser un médico, atendiendo filas y cumpliendo un horario pero Jesús es un médico sin igual, interesándose en tener una relación personal con las personas, orando con las personas, escuchando sus historias, servirles. Me gusta que Dios pueda utilizar a una persona llena de defectos como yo para mostrar su amor a otros.Trabajando para Cristo encontré el mejor trabajo que puede existir del mundo entero. La mejor paga, el mejor sueldo, no se compara con el reino celestial y la vida eterna.

Rocío Mercado

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